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lunes, 14 de agosto de 2023

Docentes... ¿PARA QUÉ?

                                                   

    No hacía aún cinco años que el imperio inglés  ―partiéndola en dos―  abandonaba la India, cuando un doce de febrero de 1952 nacía en el nuevo país un hombre libre, tan libre que recién nacido, por sí mismo y sin ayuda  ―cosa singular―  bajaba atropelladamente las escaleras para poder inscribirse en el registro con el nombre de Sugata Mitra y, de paso, matricularse dentro de plazo en la facultad de polimatía… Ese mismo día, a la misma hora, pero a trece mil kilómetros  ―mar en medio―,  un profesor de psicología, Jerome Bruner, seguía dándole vueltas en Harvard a una nueva teoría pedagógica: el aprendizaje por descubrimiento… Martin Luther King, que asistía ese doce de febrero a una clase de filosofía en la misma universidad, en un melancólico despiste dio en pensar: «Wow, ya hace cuatro años que palmó el Mahatma…».

    De vivir hoy en día Plutarco, sus Vidas Paralelas estarían tan atiborradas de parejas ejemplares que seguro algún becario ya las habría clasificado temáticamente asignando al binomio Gandhi-Luther King al nutrido departamento de: «revolucionari@s», sección: «intoxicad@s por plomo»… Si viviese hoy el viejo Plutarco también hubiera mandado engrilletar y subir al carro de sus Vidas Paralelas  ―junto a Alejandro y César, junto a Demóstenes y Cicerón, junto a Pericles y Fabio, junto a Arístides y Catón (…)―,  a este par de hombres buenos: Jerome Bruner-Sugata Mitra

    Debían correr los sesenta cuando Jerome Bruner por fin se atreve a dar a conocer su nueva teoría pedagógica: el aprendizaje por descubrimiento; un enfoque constructivista que llegaba para romper con una pedagogía tradicional en la que los contenidos, mostrados por la docencia en su forma final, pasarían ahora a ser descubiertos, poco a poco, por el alumnado: este agente, otrora pasivo, pasaría a adquirir los conocimientos por sí mismo. La docencia, lejos de aquellas obsoletas matracas magistrales tan infumables, ahora se limitaría a plantear el objetivo y, fomentando la curiosidad de su alumnado, permitiría que éste lo conquistara solo. El formando dejaría de ser una grabadora para convertirse en capitán de su aprendizaje… Pobre Jerome, pobre iluso…

    Sugata Mitra, en aquella década que culminaría con la llegada del hombre a Selene ya se había doctorado en polimatía; esto es: al igual que Leonardo Da Vinci, María Montessori o Cajal, ya era un ilustrado en diferentes campos de lo práctico; de modo que en 1999, siendo ya reputado físico, informático y seguramente alguna cosa más, e impulsado por esa afección voyerista que todo científico inexcusablemente posee, hizo varios agujeros en la pared desde el interior de una oficina sita en un barrio muy pobre de Nueva Delhi y colocó en cada boquete, dando a la calle, un ordenador conectado a internet. Estos artilugios que hoy en día serían calificados de patatas, solo operaban en idioma inglés…

    Las criaturas, al ver aquellos cacharros dando a la calle, con recelo de gatitos curiosos, empezaron a aproximarse… «¿Qué sucederá ahora?  ―pensó Mitra, agazapado tras el muro―  Ninguno ha tocado nunca un ordenador, muchos no saben leer ni escribir, ni siquiera saben hablar inglés…». Y sucedió precisamente lo que el bueno de Sugata Mitra deseaba que sucediese: en poco tiempo esos desamparaditos aprendieron, por sí mismos y sin profesores, a navegar en internet: elegían qué mundo ver en esas pantallas, jugaban a juegos online y así, enseñándose unos a otros, sin profesores ni dirección alguna, aprendían también el suficiente inglés como para seguir navegando... El experimento Hole in the Wall no es ninguna broma, Sugata Mitra siguió replicándolo con idéntico éxito en muchos lugares pobres del mundo, hasta acabar por llamar al prodigio Educación Mínimameente Invasiva y desarrollar así el método SOLE; un sistema pedagógico que incita la curiosidad del alumnado mediante lo que él llama grandes preguntas. Las grandes preguntas pueden adaptarse a cualquier materia; por ejemplo: ¿Por qué se caen las cosas al suelo? (física) ¿Por qué el cliente siempre tiene la razón? (marketing) ¿Por qué sabe mi rostro que yo estoy alegre? (neurofisiología) ¿Por qué no nos entienden a los profesores si nosotros lo tenemos tan claro? (pedagogía)… El alumnado gusta de las preguntas sin respuesta, plantea Sugata Mitra…

    El neurofisiólogo argentino Mariano Sigman, un pibe que apunta maneras, confirma en su libro La vida secreta de la mente que la capacidad docente es innata en los primates superiores. Entonces, ¿docentes, para qué? ¿Para qué la docencia si el alumnado, como teorizó Bruner, aprende por sí mismo? ¿Para qué si Sugata Mitra pudo comprobar dicha hipótesis tras un agujero practicado en la pared? ¿Será para mantener  ―consciente, inconscientemente o por puñetera costumbre― el statu quo que domina en la enseñanza? ¿O será para joder, aunque solo sea un poquito, a generaciones enteras de estudiantes con programas ministeriales abarrotados de patrañas teóricas y conocimientos inservibles que engruman el pensamiento hasta coagularlo? ¿Para qué tantos docentes si uno solo, internet, ya podría sustituirnos a todos? Docentes… ¿para qué? He aquí una gran pregunta; busquen ustedes SUS respuestas, descúbranlas por sí mismos y disculpen si sus respuestas han sido condicionadas por quien escribe: Docentes… ¿para qué?

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