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lunes, 21 de agosto de 2023

Podría ser peor... (By: J.G. Igleisas)

        

Podría ser peor

La maldita caldera, como siempre, tiraba a matar. El agua salía hirviendo o candente, a elegir. Acercarse al grifo era como nadar en magma. Sólo podía intentarlo dando saltitos hacia adelante y hacia atrás sobre la resbaladiza bañera. Al cuarto intento, con un agradable cosquilleo en la nuca, comprobó que el agua se había puesto de repente a la temperatura perfecta. ¡Genial! ―pensó ―, por fin un día que comienza bien.

    Tras un baño extrañamente agradable escuchó cómo llamaban a la puerta.

    Pedro recogió la carta y fue a sentarse al desvencijado sofá esperándose lo peor. Pero resultó que le iban a devolver tres mil lereles por un nosequé complementario de hacía tres años. ―Ya era hora de tener un poco de suerte ―pensó sonriente.

    Salió a la calle. Vivía en un mugriento y cochambroso arrabal. Normalmente no había ni gatos. Las enormes ratas acababan con todos. Pero ese día las aceras parecían nuevas y los coches estaban impecables, y hasta un pedazo de palo plantado en el suelo que pretendía ser un árbol había florecido. Además, lucía un sol de verano pese a estar a primeros de enero. Y, para colmo, la gente estaba súper amable. Se saludaban cordialmente entre ellos, con sonrisas y ademanes de afecto. En veinte metros lo habían saludado cinco veces. Alucinante...

    Siguió caminando, perplejo, y al doblar la esquina se encontró un fajo de billetes de cincuenta euros. Pero fajo fajo. A ojo de buen sisero no bajaba de los cinco mil. Se agachó cual relámpago a recogerlo y, con el fajo ya en la mano, por el rabillo del ojo vio acercándose por la derecha a su pesadilla diaria: Romerales, el madero. ―Ya decía yo que esto iba demasiado bien… ―suspiró mentalmente.

    Y Pedro se quedó con la palabra en la boca y cinco mil euros ―ocho mil con lo de Hacienda― más rico. ―No te hagas ilusiones, Pedro ―pensó ―. Esto es muy raro, pero verás cómo en el SEPE todo vuelve a la normalidad. Y hacia allí encaminó sus pasos.

    Cuando llegó se dio cuenta que la palabra raro se le hacía poco. Para empezar, en el SEPE no había cola. Lo cual le extrañó más que lo de Hacienda y el policía juntos. Hasta el guardia de seguridad lo saludó con un cordial «Buenos días, Don Pedro». Raro. Muy raro todo. Entró.

      ―¡Pedro! ¡Qué alegría verte por aquí! Te iba a llamar ahora mismo ―le dijo María, la funcionaria más guapa de la oficina.

    Pedro ya empezaba a mosquearse. A ver, que ni tan poco ni tanto. Que aquel día estupendo tenía que empezar a frenar un poco: sí o sí. Así que, temiéndose lo peor, se acercó a la mesa de María.

     ―¿Ves aquella puerta blanca del fondo? ―le dijo María con su sonrisa más picarona―. Entra sin llamar, te están esperando. Y enhorabuena, ¡me alegro un montón por ti! Luego nos tomamos un café y lo celebramos. ¿Te parece, guapetón?

    Pedro que se va hacia la puerta blanca del fondo, noqueado por los ojos verdes de María. Pedro que, de repente, nota una humedad extraña en los pies y vuelve a sentir en la nuca el cosquilleo de la ducha de esta mañana. Pedro que empieza a preguntarse si el cosquilleo no sería en realidad una buena hostia contra el canto de la bañera. Pedro que abre la puerta y empieza a ver todo blanco y, al fondo, sobre una vaporosa escalinata una figura de manto y barba blanca le saluda con la mano al tiempo que le dice: ¡Tocayo!

Javier García Iglesias

O Temple, 2023

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