¡Joder!, la distancia entre lo
que soy y lo que pude haber sido es tan grande… ¡Qué lástima no haber
suspendido cuatro en segundo de la ESO y siete en tercero y poder así salir de
la cadena! ¡Qué condena haber nacido con tanta memoria! Si Paco de Lucía no
necesitó aprender solfeo para tocar la guitarra magistralmente ¿por qué me
estuvieron jodiendo a mí durante tanto tiempo con sintagmas nominales y
proposiciones subordinadas cuando yo, yo ya hablaba y escribía perfectamente?
Del mismo modo podrían haberme enseñado también a subir y bajar científicamente
unas escaleras que yo, yo ya subía y bajaba con soltura: «mano en el pasamanos,
niña, pie derecho en el primer escalón…». Soy licenciada y no sé nada; el
profundo desconocimiento adquirido sentada tras mil pupitres a lo largo de tantos
años carece de sabios ambages socráticos, porque yo, yo sí que no sé nada, yo
no sé nada de nada, nadita… A veces me
consuela pensar que al igual que suelo ganar algún quesito en el trivial
también podría sacar una oposición, porque a mis veintisiete soy capaz de
nombrar de memoria todas las capas de la Tierra ―ese es el contenido más
repetido a lo largo de mi educación― y
puedo soportar con estolidez y resignada aceptación el vapuleo de cualquier
lección magistral sobre mis resilientes costillas.
¿Por qué la Mafalda de Quino o las caritas de los niños dibujados por Francesco Tonucci piden auxilio y nadie les rescata? Porque están encerrados en una macabra pesadilla en la que sus gritos de Munch resultan inaudibles a lo largo de una cadena de producción que los va pasando de un nivel a otro… ¡zis, zas! Primaria: máquina de desapego y conformación; ¡crup, crup! Secundaria: picadora de carne; ¡glub, glub!. Bachiller: máquina de hacer chorizos. ¡Ebau!: cinta transportadora y ¡fium! a la Universidad: máquina para envasarlos ―¡slurp!― al vacío; y en un sólo ¡clic!, a internet: distribuidora que los coloca en el lineal hasta que ―¡ale!― alguien los ve y ¡hop!, al carrito de la compra; ¡chsss, chsss! tueste a fuego lento en la parrilla del mercado laboral: ¡chist, clinc! calla y cobra, ¡clinc, chist! cobra y calla…
By: Angelines Ombreiro