La vaca estaba en un estado calamitoso, quería irse al
otro barrio; por eso Luciana llamó a don Isabelo, su veterinario de cabecera.
Doce segundos después Isabelo Noblejas aparcaba su viejo cuatro latas
rojo en la mismita puerta del establo. Su moral dio en caer al suelo al instante de entrar en la cuadra: hacía cincuenta años que no veía a
un animal tan acabado, consumido y maltrecho. Mientras acariciaba el pescuezo
de la res, el veterinario clavó su mirada cetrina en la dueña del animal para sentenciar con autoridad:
―No hay nada que
hacer, Luciana, la vaca se muere.
―Doctor, haga
algo, por el amor de Dios
―suplicó Luciana...
Don Isabelo usó un minuto entero, un eterno minuto para tejer qué decir y luego, lanzó la red :
―En fin Luciana,
hay un remedio que podría funcionar… pero es milagreiro y antiguo, muy antiguo,
además sólo habría de valer si usted lo aplicase al pie de la letra…
―¿Cuál es?, ¿cuál
es ese bendito remedio? ― contestó
Luciana con lágrimas en los ojos―, le
juro doctor que yo por esta vaca hago lo que haga falta, es como de la familia,
nació en la última legislatura de don Manuel Fraga, Dios lo tenga en la gloria;
fíjese doctor, en esta mancha negra que tiene en la cabeza, dígame si no es
talmente un Sagrado Corazón…
Mientras Luciana hablaba, el veterinario notó como una
mosca pegajosa, que hacía un buen rato andaba zureando por la cuadra, se le posaba
en la nariz, pero muy profesional la dejó hacer: inquietarse por unas
cosquillas de nada delante del cliente y de la vaca rompería la confianza
necesaria para que el antiguo remedio funcionase. La mosca, parada en el
apéndice nasal de don Isabelo, con esas cortas entendederas que la naturaleza dio
a los dípteros, pensó: extraño animal este que, estando vivo, ni sacude, ni
retiembla, ni me espanta…
―Mire, Luciana,
se trata del viejo remedio de las babas ―
confesó el veterinario.
―¿Las babas?, no
conozco tal ungüento doctor ―respondió
Luciana.
―Sí, las babas
del propio animal pueden sanarlo
―completó Noblejas―; está comprobado que lo similar se cura con lo
similar, simila similibus curantur, un ancestral principio hipocrático; y como es notorio y evidente que este animal, al perder vida, babea... podemos entonces
intentar sanarlo con sus propias babas. Es lo único que podemos hacer, y no le
garantizo nada…
―Pues mande
usted, doctor ―afirmó resuelta la
dueña del animal.
―Bien, Luciana,
no se olvide de ninguno de los pasos que voy a indicarle porque este remedio es
mágico y solo puede intentarse una vez.
―Diga don
Isabelo, ¡tomo nota! ―dispuso Luciana, libreta en mano.
―Pues bien,
Luciana ―empezó a recetar el doctor―:
Hágase usted con una tina, balde o caldero cualquiera, un cubo de zinc nos
vendría muy bien, pero no lo limpie mucho ya que el óxido tiene propiedades
anti-bacterianas… Llénelo hasta la mitad
con agua tibia, introduzca luego dos kilos de maíz, medio de harina de trigo,
un cuartillo de salvado y media pequeña bien picada; revuelva bien la mixtura y
haga que la vaca la coma. Usted debe estar presente, Luciana, porque no debe
dejar que la vaca relama el fondo, el animalito en ningún caso debe comerse sus
propias babas, esto sería fatal; aparte entonces el cubo, recoja a dos manos
los restos de babas y comida que quedaron y se los pasa usted a la
vaca por encima, desde la cruz hasta el rabo, a contrapelo, masajeando y restregando bien el mágico ungüento, mientras le canta algo; las canciones populares
van muy bien, aquella de tengo una vaca lechera, no es una vaca cualquiera,
me da leche merengada, hay que vaca tan salada, tolón-tolón, tilín-tilín,
podría servir perfectamente. Repetirá este complicado proceso tres veces al día.
―Haré todo como usted me dijo, lo prometo doctor, pero
mire una cosa, ¿he de estar presente todo el día aquí en la cuadra? ―preguntó Luciana.
―No, no es necesario: entre toma y toma llévela al prado y deje que paste tranquila ―respondió el veterinario cuando ya salía del establo.
En solo una semana la vaca había sanado.
Toda comunicación porta en su interior alguna intención consciente o inconsciente; no hay pues comunicación aséptica o dicho de otro modo, no existe el altruismo en comunicación… aunque consuela pensar que un buen fin justificó el medio usado por nuestro veterinario… ¿El marco puede cambiar el cuadro? Parece que sí; porque un marco puede ser discreto, otro eclipsar a la obra, otro engrandecerla… pero un mensaje no debería ser presentado desnudo, como viuda ofrenda al sol: para que un lienzo luzca, debe llevar marco. Al poco de entrar en la cuadra, don Isabelo ya había establecido un diagnóstico: desnutrición severa. Pero don Isabelo Noblejas descartó emplear ese marco lógico: «No me extraña, Luciana, esta vaca está desnutrida… denle bien de comer y no me llamen para tonterías»; con ese marco Luciana jamás hubiese comprado el cuadro…