Cuando el voraz
congrio vio que la langosta se acercaba a su cueva, lo primero que pensó es jamársela
—cuestión de oficio—, pero justo antes de que se activase el vertiginoso resorte
reflejo de su espina dorsal, el congrio observó que la langosta le ofrecía un pequeño
pescadito. Entonces lo agarró y la langosta salió pitando… Al día siguiente la
langosta volvió y le trajo un delicioso camarón.
—¡Qué
simbiosis tan prefecta!, ¡qué chollo! —pensó el congrio al pillar el camarón.
Fue así que empezaron a entenderse:
—Pídeme lo que
quieras y yo te lo traeré gratis—dijo la langosta.
—Tráeme hueva de erizo —respondió retador el congrio. Y hueva de
erizo tuvo en un par de horas…
Con estas
negociadas pasaron los días y los meses; el congrio cató gracias a la langosta
todas las delicatessen de la mar océana: angulas de importación, caviar ruso, cojoncitos
de mar, etc. En una ocasión la langosta incluso tuvo que organizar una rocambolesca
logística para servir al congrio un pedido imposible, fuagrás de jabugo: se
dejó pescar para acabar en la pecera de un hipermercado de la que escapó in
extremis sobornando al vigilante nocturno… Gracias al altruismo de la
langosta, el cruel congrio se había vuelto manso; ya no necesitaba salir de su
gruta para alimentarse.
—¡Puta mierda! —dio en pensar un día el congrio—, estoy tan gordo
que no puedo salir de esta jodida cueva. —En estas claustrofóbicas tribulaciones
andaba cuando observó a su proveedora acercándose al umbral de la gruta. Hoy venía de vacío:
—¿Qué pasa men
—dijo el congrio a la langosta—, no me traes los noodles con sabor a
almeja babosa de Ría de Ferrol que te pedí ayer?
—No, no
necesitas comer más… —respondió la langosta.
—¡Ah, cómo me
entiendes! ¿Podrías entonces ayudarme a salir de esta gruta tan estrecha?
—¡Pues claro,
brother!, permíteme entrar en tu casa y yo te ayudaré a salir…
La langosta
entró en la cueva y minuciosamente, poco a poco, de popa a proa, de atrás para
adelante, se fue comiendo al congrio dejando de él una límpida raspa blanca que días
después habría de transportar dos millas al este para cumplir con una
caprichosa morena que estaba trajinando un fumet. Y así el espíritu del congrio
pudo abandonar la gruta y ascendió al cielo de los justos pensando «lo que
parecía simbiosis no era otra cosa que predación diferida».
NOTA: Uno de los dos personajes —la langosta o el congrio— lleva por nombre Ámazon, al otro ponle nombre tú.