Es muy fácil
detectar muletillas en un discurso hablado, sólo hay que prestar atención a pequeñas
partículas parasitarias como: «ehh…»,
«hmm…», «bueno», «¿verdad?», «pues…», «esto…», «este…», «¿sí?» , «o sea»,
«¿entendido?», «por consiguiente», etc. El problema es que cuando una mentira se
expande, puede acabar convirtiéndose en verdad: alguien descubrió un buen día que
las muletillas afean el discurso, al día
siguiente juzgó que eran nocivas y finalmente dictó sentencia: hay que
evitarlas…
Es por ello
que en formaciones en materia de oratoria y cursos de metodología didáctica aún
se suele recomendar evitar las muletillas;
así de fácil, como si éstas tuviesen origen consciente, voluntario… Del mismo
modo alguien podría postular, primero, que ponerse colorado en público queda
mal, segundo, demonizar el rubor facial y
tercero, lanzar el consejo: evite usted
ponerse colorado en público… No, no es lógico: si un un profesional de la
psicología recomendase a su paciente evitar
un tic, probablemente estaría reforzándolo…
Las muletillas
son más comunes en el orador naciente y esto tiene lógica porque éste aún no
aprendió a pausar, ¿cómo habría de pausar quien lo que desea es terminar? Por
tanto, cuando el orador aprende a pausar, la muletilla desaparece sola. No hay
nada gratuito en el antiguo juego que se trae lo consciente con lo inconsciente: precisamos
la muletilla ―bastón, muleta o apoyo
inconsciente― para rellenar un espacio
reservado al consciente silencio. ¡Qué manía con sancionar! sobre todo cuando el consejo es dañino: cuando un práctico aconsejado a evitar su muletilla más
usada, es consciente en medio del discurso de lo que inconscientemente hizo,
volver a utilizarla, tan sabio consejo puede llevarle al derrumbe; igual que se
derrumbará alguien aconsejado a evitar ponerse colorado en público al
percibir un calorcito en la cara que no quería tener: en ese mismo instante su color facial pasará de
rojizo a morado. Digamos a quien necesita unas muletas para caminar que no las
utilice… hagámoslo, porque aconsejar es fácil; digamos a alguien, justo antes de
hablar en público, que sea natural, hagámoslo y esto le llevará, per se, a no poder serlo. Vivan, por tanto, las muletillas, viva Shin-chan, viva Emiliano Zapata y ya está bien de prohibiciones…
Por consiguiente, mientas usted no
aprenda a pausar, siga con sus muletillas. Una de ellas pudo ayudar a Felipe González a ganar elecciones: este señor había estudiado derecho y repetía, inconscientemente
y sin cesar la fórmula «por consiguiente» y todos acabaron por corear en
las calles: «Por consiguiente, Felipe presidente».
En este texto no hay muletillas, son comas.