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lunes, 30 de octubre de 2023

Dinámica: EDUCACIÓN

PREGUNTA-RETO

¿En qué CASA se entra CIEG@ y se sale VIENDO? 

Tema: Educación  / Subtema: Fundamentos

PISTAS: Sapere Aude / Mochila, cuaderno…

Objetivo de este PICOTEO: «Comprender la importancia de la EDUCACIÓN»

NOTA: Un picoteo es solo una incursión rápida en la red que no debería ocuparle más de 10 minutos (si le interesa el tema, ya profundizará más adelante…)

martes, 24 de octubre de 2023

ESTUPIDEZ (por metro cuadrado)

El mismo mundo que avanza tecnológicamente a velocidad de vértigo, casi nada sabe de la estupidez y este secular atraso es un problema bastante grave, pues el mundo sufre  ―de siempre―  el frío-caliente de las acciones estúpidas. Hay un elefante en la habitación, todo quisqui sabe que está ahí, pero nadie habla de él: ¿cómo podría hablarse de la estupidez cuando ésta no está bien definida? Y es que la estupidez puede ser tan difícil de conceptualizar como la muerte, el infinito o la nada; por tanto, mientras no se sepa realmente qué es la estupidez, ésta sólo podrá ser pensada, sentida y padecida en místico silencio: diría Wittgenstein «de lo que no se puede hablar, es mejor callar». Callar al sentir el frío-caliente de la meada de un vecino en el bolsillo... La Real Academia Española define la estupidez como torpeza notable en comprender las cosas y al estúpido como a un ser falto de inteligencia, un necio; el mismo diccionario atribuye al necio idéntica falta de inteligencia y quizá algo de terquedad, pero, a la postre, muchos términos  ―necio, estúpido, majadero, tonto, mentecato…―  acaban siendo sinónimos, de modo que el lector, ávido de saber como mariposa nocturna en busca de la luz, no puede hacer otra cosa que seguir dándose infructuosos cabezazos contra el farol del diccionario, mientras algún tipo de tonto sin clasificar, queriendo o sin querer, pero con ganas, le orina en el bolsillo...

¡Pues ya está bien! es hora de exigir que los sabios carcamales amojamados de la Real Academia Española acoten bien el término estupidez y hagan de una puñetera vez el esfuerzo de establecer el límite, confín y frontera exacta entre un necio, un estúpido, un tonto del culo, un boludo o un gilipollas. La Academia está para eso y sabrá hacerlo tan certeramente como cuando atribuye  ―en buena ley― significado a la palabra fatuoser lleno de presunción. La RAE debe hacerlo también por vergüenza torera ya que el pueblo emplea todas esas palabras con mucho más acierto que el diccionario: cuando alguien dice que Mariano es gilipollas, sabe perfectamente lo que dice y todo el mundo le entiende porque todo el mundo sabe que Mariano es gilipollas. En cualquier caso, si la Academia no se ve competente, siempre puede pedir ayuda al Consejo Superior de Investigaciones Científicas: la asociación temporal RAE-CSIC para estos menesteres resultaría una alianza estratégica que cumpliría con todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 y haría mucho bien al ecosistema nacional. Es sencillo, sólo habría que responder, en este orden, a tres grandes preguntas: ¿Qué es la estupidez? ¿Qué tipos de estupidez existen? ¿Cuánto mal causa cada tipo de estupidez? Mientas no se aclare esta realidad  ―no hablamos de ovnis, los tontos existen―  poco se podrá hacer para combatir un mal tan antiguo como las Cuevas de Altamira. A poco que algún becario escarbe en las fuentes, notará que hay base teórica más que suficiente: en la Alta Edad Media hallará los tipos de tontos clasificados por Tomás de Aquino (asno, romo, crédulo, fatuo, bruto, aburrido, idiota, imbécil, vano, espeso, inexperto, insensato, necio, rústico, estólido, estulto, estúpido, tardo, torpe, vacuo, demente...); en el Renacimiento encontrará el Elogio de la Estupidez de Erasmo de Rotterdam, en la época contemporánea descubrirá las 5 leyes de la estupidez humana de Carlo María Cipolla…

Conviene matizar, en tanto no se aclara el tema, que una estupidez aislada no convierte en estúpido a quien la ejerce, pero todo apunta a que los estúpidos son reincidentes  ―tropiezan una y otra vez con la misma piedra―  y son también, muy abundantes. De Salomón viene aquello de que «los tontos son legión», pero ¿cuántos estúpidos hay por metro cuadrado? ¿Cuántos caben en una baldosa? Para estimarlo conviene tener en cuenta que la estupidez es  ―en sí misma―  estúpida, ya que a diferencia de la maldad, actúa de modo inconsciente: ¿qué sentido tendría si no una acción que dañando al prójimo, daña también a quien la ejerce? Hecho el deslinde entre maldad (consciente) y estupidez (inconsciente) nos encontraremos con el problema de que resulta imposible distinguir a un estúpido de un malvado, ambos mean en bolsillo ajeno y parco remedio a esos orines es el principio de la Navaja de Hanlon: «no atribuyas a maldad lo que puede ser explicado por estupidez». Como todo apunta a que los estúpidos son mucho más numerosos que los malvados y de meada menos contenida, quizá convenga, en espera de investigaciones futuras, juntar maldad y estupidez, entendiendo la maldad como una estupidez consciente. Entonces, hecho el sumatorio provisional ¿qué porcentaje de estúpidos podría haber en la población?

Gracias a Wilfredo Pareto podemos aplicar, a lo bruto, la muy resultona fórmula del 80-20, la famosa Ley de Pareto, que vale para todo: el 80% de la gente podría ser estúpida; esta cifra vendría a confirmar la proporción del 80% de tontos que esconde la frase de nuestro Quevedo  ―idea compartida con Baltasar Gracián―: son tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen. Alarmante estimación ese ochenta, mucha estupidez por metro cuadrado; pero lo peor podría ser  ―que Dios nos coja confesados―  que pocos estúpidos sepan que lo son, pues los tontos, en buena lógica, no gustan de mirar a los adentros. No, a los tontos no nos gusta la introspección, tenemos el libidinoso vicio de ponernos cachondos con la paja en el ojo ajeno... Mejor, pues, dejar en paz al elefante.

domingo, 8 de octubre de 2023

Método DEMOSTRATIVO (1)

      Los licenciados moramos en el Olimpo: siempre dejamos un poco de lado, por su más que evidente origen obrero y manual, el método demostrativo. Tendríamos que hacérnoslo mirar…

      Al aplicar el método demostrativo la docencia pone en práctica una determinada tarea a los ojos de su alumnado; después, todos y cada uno de los formandos realizan esa misma actividad supervisados por su docente, quien check list en mano, puede corregir así los posibles fallos al cepillar una tabla, al apagar un fuego en campo abierto, al confeccionar una nómina, al alquitranar una vía o al hacer una horchata… Parece sencillo, pero el método demostrativo requiere de una condición imprescindible: quien enseña, no solo debe «saber hacer», sino también atesorar la experiencia de haberlo hecho con pericia en el pasado.

    ¿Podemos imaginar una escuela donde quien enseña a poner ladrillos se licenció en arquitectura sin haber colocado ninguno, donde quien enseña a vender se graduó en marketing sin haber vendido nunca un tornillo, donde quien enseña a soldar se licenció en ingeniería sin tocar nunca un electrodo, donde quien enseña derecho procesal nunca pisó un juzgado, donde quien enseña a navegar nunca estuvo a bordo? ¿Podemos imaginar una escuela así? Pues la realidad supera la ficción; solo tenemos que cruzar el umbral de las aulas para comprobar la distopía: la docencia obrera es una especie en vías de extinción. El sistema educativo lleva muchos años legislando para sustituir linces por gatos caseros: ¿cuestión de clase? ¿soberbia? ¿demofobia? ¿o estupidez?

martes, 3 de octubre de 2023

TIP ORAT: Muletillas

Es muy fácil detectar muletillas en un discurso hablado, sólo hay que prestar atención a pequeñas partículas parasitarias como:  «ehh…», «hmm…», «bueno», «¿verdad?», «pues…», «esto…», «este…», «¿sí?» , «o sea», «¿entendido?», «por consiguiente», etc.  El problema es que cuando una mentira se expande, puede acabar convirtiéndose en verdad: alguien descubrió un buen día que las muletillas afean el discurso, al día siguiente juzgó que eran nocivas y finalmente dictó sentencia: hay que evitarlas…

Es por ello que en formaciones en materia de oratoria y cursos de metodología didáctica aún se suele recomendar evitar las muletillas; así de fácil, como si éstas tuviesen origen consciente, voluntario… Del mismo modo alguien podría postular, primero, que ponerse colorado en público queda mal, segundo, demonizar el rubor facial y tercero, lanzar el consejo: evite usted ponerse colorado en público… No, no es lógico: si un un profesional de la psicología recomendase a su paciente evitar un tic, probablemente estaría reforzándolo…

Las muletillas son más comunes en el orador naciente y esto tiene lógica porque éste aún no aprendió a pausar, ¿cómo habría de pausar quien lo que desea es terminar? Por tanto, cuando el orador aprende a pausar, la muletilla desaparece sola. No hay nada gratuito en el antiguo juego que se trae lo consciente con lo inconsciente: precisamos la muletilla  ―bastón, muleta o apoyo inconsciente―  para rellenar un espacio reservado al consciente silencio. ¡Qué manía con sancionar! sobre todo cuando el consejo es dañino: cuando un práctico aconsejado a evitar su muletilla más usada, es consciente en medio del discurso de lo que inconscientemente hizo, volver a utilizarla, tan sabio consejo puede llevarle al derrumbe; igual que se derrumbará alguien aconsejado a evitar ponerse colorado en público al percibir un calorcito en la cara que no quería tener: en ese mismo instante su color facial pasará de rojizo a morado. Digamos a quien necesita unas muletas para caminar que no las utilice… hagámoslo, porque aconsejar es fácil; digamos a alguien, justo antes de hablar en público, que sea natural, hagámoslo y esto le llevará, per se, a no poder serlo.  Vivan, por tanto, las muletillas, viva Shin-chan, viva Emiliano Zapata y ya está bien de prohibiciones…

     Por consiguiente, mientas usted no aprenda a pausar, siga con sus muletillas. Una de ellas pudo ayudar a Felipe González a ganar elecciones: este señor había estudiado derecho y repetía, inconscientemente y sin cesar la fórmula «por consiguiente» y todos acabaron por corear en las calles: «Por consiguiente, Felipe presidente».

      En este texto no hay muletillas, son comas.

Ladrillo vs. piruleta

Don Ladrillo, el profe del GRUPO A, aborda el tema el mercado de valores y lo hace como siempre… Que si las actividades del mercado primari...