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domingo, 16 de junio de 2024

Método DEMOSTRATIVO (2)

Esta historia me la contó Javier Cortegoso; me la contó en el CFO de Labañou de A Coruña; me la contó un día de 2017, precisamente el mismo día que lo dejé encerrado en el centro de formación. Dando por hecho que ya no quedaba nadie en el centro, aquel día bajé las escaleras, bajé los machetes de la luz, bajé la verja y cerré el portón con llave… Cortegoso aún estaba en el baño.

Es la historia de Pascual, un vendedor de cristal, cristal templado, un tipo de vidrio de seguridad que, al romperse, fractura en pequeñas partículas inocentes para el cuerpo humano.

Don Martín, gerente del equipo de ventas, en ocasión de hallarse revisando el rendimiento de su equipo, observó que Pascual, nuestro vendedor, figuraba de primero en el ranking de ventas: vendía el doble de cristales que sus compañeros; por eso decidió llamarlo al despacho, quería felicitarlo:

―Buenos días, Pascual, ¿cómo está usted?

―¿Yo? ―respondió desconfiado Pascual, esperando algún reproche―,  yo estoy bien, don Martín; ¿y usted?

―Siéntese, Pascual ―dijo el jefe―. Mire, estuve revisando las ventas del equipo y resulta que usted vende el doble que cualquiera de sus compañeros. Le felicito por ello, pero, dígame: ¿cómo carajo hace usted para vender el doble de cristales que cualquiera de sus compañeros?

―Muy sencillo jefe, respondió Pascual― hago demostraciones: cojo en el almacén un cristal templado de 20 x 30, junto a varios clientes y después procedo, con un martillo, a romperlo delante de ellos: de este modo todos los asistentes pueden comprobar las cualidades técnicas del cristal. Entonces anoto los pedidos y finalmente los invito a un vino español.

―¡Qué locura de gastos!, espetó don Martín― desbaratar un cristal en cada demostración, y luego convidar a una ronda… Se ha cargado usted el procedimiento de ventas. Usted va por libre…

―No se preocupe, don Martín, ―templó el vendedor― los beneficios saltan a la vista: por favor, no considere usted esos cristales como pérdidas, sino como modestas inversiones pedagógicas, y entienda los convites como actos de fidelización para consolidar la ya notoria fama de esta gran empresa…

―Es usted un demonio, ya lo decía mi padre. En fin, siga así; su rendimiento comercial es innegable. Mire, Pascual ―prosiguió el jefe―: ¿podría yo asistir a una demostración de las suyas? (…)

De este modo, don Martín agendó asistencia a una de las demostraciones de su empleado, y una vez se halló presente en ella, tomó buena nota de todo lo que hacía Pascual: Bienvenida, 15 segundos. Presentación del producto, 28 segundos. Rotura de la muestra de vidrio (cuatro martillazos), 2 segundos. Fuerte ovación de los clientes, 3 segundos. Recogida de pedidos: media hora. Barrer partículas de cristal, 1 minuto. Vino español, una hora. Esa misma noche, don Martín pasó a limpio estos pasos y al día siguiente ―a espaldas de Pascual― reunió al resto de vendedores para explicarles el nuevo sistema de ventas: un procedimiento basado en aquella demostración del demonio, un procedimiento que debían seguir al pie de la letra…

Y sucedió lo esperado: en sólo un mes, las ventas de todo el equipo se elevaron al doble; ahora Pascual parecía ser uno más… Pero a primeros de noviembre, Pascual ya estaba vendiendo el doble que sus compañeros: el doble del doble, para entendernos… Don Martín tendría que llamarlo de nuevo al despacho, ¿qué habría inventado ahora…? Pascual volvía a estar de nuevo frente a su jefe:

―Entonces, Pascual, dígame qué demonios está haciendo ahora. Mire, sus compañeros, haciendo lo mismo que hizo usted en aquella demostración, pasaron a vender el doble, pero usted, en poco tiempo, vuelve a doblar sus ventas… ¿podría yo asistir de nuevo a una demostración de las suyas?

―Ahórrese el viaje; ―respondió Pascual― ahora hago lo mismo que hacía antes, lo que usted vio en aquella presentación; sólo incluyo una pequeña variación técnica: agarro el martillo, pero, justo antes de asestar el primer golpe al vidrio, hago una pausa teatral y pregunto a los clientes ¿quieren probar a romperlo ustedes? Y vaya si prueban, don Martín: se lo pasan de rechupete golpeando hasta hacer fosfatina la muestra; esa gente debe padecer algo de estrés ¿sabe?

Mi amigo Javier Cortegoso está convencido de que las competencias docentes son fiel reflejo de las comerciales, y viceversa. Puede que seamos comerciales y no lo sepamos, puede que sean profesores y no lo sepan… El método demostrativo parece común a ambos oficios; en el nuestro resulta incompleto si sólo es el profesor quien hace una tarea y sólo es verdaderamente útil cuando todo el alumnado la realiza.

        Aquel día de 2017, Javier Cortegoso me contó esta historia y yo, en premio, lo dejé encerrado en el centro de formación. Javier se cansó de llamarme mientras yo conducía camino a Ferrol escuchando a las Puppini Sisters. Finalmente fue otro profesor, amigo de los dos, Mario López Guerrero, quien con sus llaves liberó a Javier mientras yo dormía la siesta. Gracias por contarme esta historia, Javier, y gracias, muchas gracias por no reprocharme nunca el haberte dejado allí encerrado. Ahora, esté donde esté, siempre reviso todos los baños y siempre grito como un bobo antes de chapar cualquier puerta: ¿hay alguien? ¿queda alguien?

domingo, 9 de junio de 2024

La edad NO IMPROTA


IMPROTANTEHumilde homenaje a la famosa «figura aburrida» del psicólogo Edwin Boring (1930); quien, al parecer,  toma la idea del dibujo My Wife and My Mother-in-Law, publicado en 1915 por W. E. Hill en la revista Puck. Hill, a su vez, parece inspirarse en una postal alemana de autoría desconocida, allá por 1888...

jueves, 6 de junio de 2024

Reproducción a la carta

Bernardo y Matilde llevan meses dándole vueltas al asunto de tener descendencia. Mientras Matilde abandera el sí: es una pena dejar este mundo sin tener críos; Bernardo desconocedor de que la historia acabará en alumbramiento, pues el mundo de lo transcendente siempre fue matíldeo— sigue atrincherado en el no, no merece la pena traerlos a este valle de lágrimas... En ocasión de hallarse ambos paseando por la calle, será la intuición femenina, siempre atenta a encontrar lo que busca, quien primero mire, luego vea y después observe como bajo el llamativo letrero que publicita en letras de molde: «REPRODUCCIÓN A LA CARTA», un operario de buzo rojo atornilla una placa que dice: «Doctora An-Selma».

Alea jacta est: ya están ambos sentados frente a la genetista. Bernardo, creyendo tomar la iniciativa —aunque es el silencio táctico de Matilde quien realmente ha roto el hielo—, se arranca:

 Buenos días, doctora Selma, verá, mi esposa y yo, en un futuro muy lejano, barajamos la posibilidad de tener un hijo, y como hemos visto en el portal ese anuncio de reproducción a la carta, pues henos aquí a su merced.

—Enhorabuena por la decisión —dice la doctora An Selma mirando a los ojos de Matilde—; están ustedes en el sitio apropiado. En este momento saben el qué: quieren un hijo; pero aún les hace falta conocer el cómo: cómo quieren que sea la criatura. Miren ustedes, hoy en día podemos predeterminar muchas cualidades del futuro ser, y es precisamente por ello que deben responder a una serie de preguntas técnicas; la primera es sencilla: ¿quieren tener un niño o una niña? Aunque la decisión es enteramente de ustedes —prosigue la doctora—, por deber médico deontológico debo informarles de algunos detalles, que al ser de categoría social, de género, poco tienen que ver con los cromosomas; esto es: si es niña, aunque por impronta social obtendrá mejores calificaciones académicas, es bien cierto también que lo tendrá más difícil en el mercado laboral; si es niño, obviamente será menos responsable, bla, bla, bla…, pero dispondrá de más ínfulas y aspiraciones de poder… 

Matilde, mirando primero a Bernardo y luego a la doctora Selma, afirma segura:

—¿Qué más da? En esto no queremos intervenir, que decida la naturaleza. Si hay que transformar la sociedad, esto tanto lo puede hacer un niño como una niña, un hombre como una mujer…

Vamos entonces con la segunda pregunta —retoma la doctora—: ¿quieren que el futuro ser sea sumiso o que tenga mala leche?

Bernardo, que está haciendo en su empresa un curso de inteligencia emocional subvencionado por FUNDAE, responde ufano:  

—Mire doctora An, ¿por qué irse a los extremos si en el medio está la virtud?, lo queremos asertivo. Como usted debe saber, doctora, la asertividad es el punto intermedio entre la sumisión y el enfado, ese dulce sitio en el que uno dice lo que piensa, pero sin dañar a los demás. Se podría decir, doctora, que el comportamiento asertivo es definible con la imagen «mano de hierro en guante de seda». En el medio está la virtud: ¡que sea asertivo!

La doctora An, esbozando una pícara sonrisa, responde: 

—Verán, tenemos constancia de que hay diversos genes disparadores e inhibidores de la mala leche, pero hemos descifrado ya hace mucho todo el genoma humano, y ese gen, el gen de la asertividad, no existe; la asertividad es un invento probablemente inglés, una entelequia diplomática, una utopía. Ojalá pudiéramos programar la asertividad, pero, repito: ese gen no existe. Por tanto, deben ustedes decidirse por uno de los dos extremos, sumisión o mala leche, amoldamiento o genio, tragadura o exigencia, aquiescencia o negación —la doctora empieza a gustarse—, vivir de rodillas o morir de pie, cobardía o valentía, esclavitud o lucha, comulgar con ruedas de molino o afirmar rotundamente que no, que no me da la gana, que no quiero, ¡cojones!… Les garantizo que esta decisión —la doctora An Selma habla ahora emocionada—, pusilanimidad o gallardía, mansedumbre o bravura; esta cuestión, les digo, es más importante que la que ustedes acaban de dejar en manos de natura: ser hombre o ser mujer. Blandura o genio, ésta en la cuestión. Guante de seda o mano de hierro, encajar golpes o propinarlos, clavo o martillo, conservadurismo o cambio, palabras dulces o groseros tacos, tragarse cualquier milonga o detectarla al instante, efecto mariposa o resistencia activa, juicio ajeno o propio pensar, mirar a un lado o mirar de frente, parálisis o acción, santidad o pecado, poner la otra mejilla o devolver la hostia, gaseosa o cubalibre, música clásica o rock and roll… Mire, Matilde, usted hablaba antes de cambiar el mundo: pues acompañe ahora a su marido a la sala de espera y tómense para esta elección el tiempo que haga falta…

 Bernardo que sabe de las consecuencias del hablar y quiere evitar problemas a su futuro retoño, opta por programarlo de carácter sumiso, callado. ¿Por qué no evitar al crío los pescozones que le darán por abrir la boca? Pero ella, Matilde, es partidaria de que su hijo o hija exprese siempre lo que piensa, con valentía, mirando al coño del alma:

—Mira Bernardo, que lo diga todo, y no se trague sapos.

—Mira Matilde, que en boca cerrada no entran moscas.

—Mira Bernardo, que quien calla otorga.

—Mira Matilde, que a veces tendrá que decir que sí solo para tener la fiesta en paz.

—Mira Bernardo, que diciendo que no, incluso por sistema, jamás se la darán con queso.

—Mira Matilde, que si calla vivirá más años.

Mira Bernardo, que callar es matar golondrinas.

—Mira Matilde, (…)

El combate dura alrededor de una hora y finalmente se impone, por puntos, el sentimiento sobre la razón. Cinco minutos después, la doctora An Selma anota en su libreta: determinación cromosómica del sexo: xx ó xy, indiferente; genotipo de la mala leche: afirmativo. Nueve meses y un día después, nace, por fin y de una puta vez, Mafalda.


NOTA: Basado en «Reproducción a la carta», artículo publicado por el autor en Nueva Tribuna (noviembre 2014)

Ladrillo vs. piruleta

Don Ladrillo, el profe del GRUPO A, aborda el tema el mercado de valores y lo hace como siempre… Que si las actividades del mercado primari...