miércoles, 2 de octubre de 2024
sábado, 28 de septiembre de 2024
viernes, 27 de septiembre de 2024
Amor de madre
Tras una noche que era mejor olvidar, sonó el
despertador para rescatar de los brazos de Morfeo a un tal Benito Suárez que,
en ese momento, las nueve y media, soñaba que era un cerdo que estaba comiendo
huevos revueltos con lentejas. Tan fuerte era la resaca que, sincronizada con
el tono habitual del despertador, llegó a escuchar una voz que machaconamente
repetía:
—Se
busca comercial, se busca comercial, se busca comercial...
Tenía una entrevista a las 10; se levantó como pudo y
al rasurar la barba de tres días, le dijo al del espejo:
—Espabila
cabrón, que ya tienes 43 años; ánimo Benito, hoy puede ser un gran día.
Se echó un copioso chorro de agua de colonia de lavanda, se peinó y se puso el
traje de las bodas. Se dio una buena ostia al tropezar con algo en el pasillo.
Se levantó y tirando de la puerta, salió. Mientras se anudaba la arrugada
corbata frente al espejo del ascensor, cayó en la cuenta de que se había dejado
las llaves dentro de casa. Pensó volver al quinto y tirar de una patada la puta
puerta y así poder coger las llaves del coche y la cartera. Pero,
recapacitando, decidió mantener la calma; respiró, metió las manos en el
bolsillo, encontró un arrugado billete de 20 euros y se dijo:
—Cambio
de planes, cogeré el autobús.
Y así fue que lo pilló de purito milagro. Colgaba como
un simio de la barra del bus cuando se dio cuenta de que todo el mundo lo
miraba; achacó el fenómeno a esas paranoias post-alcohólicas que nunca duran
más de tres días. Pero la gente seguía mirando; lo miraban de arriba a abajo,
empezando en la cabeza y terminando en los pies. De reojo vio como dos
chavalas, a risas, cuchicheaban señalándolo: en un primer momento, Benito
Suárez creyó lo que hubiera creído hace veinte años y ahora no podía ya creer,
pues se percató de que esas dos no lo señalaban a él, sino a sus zapatos.
—¿Qué tienen mis zapatos? —se preguntó— y fue entonces cuando mirándose a los pies, vio que calzaba zapatillas; las zapatillas que su madre le regaló por Reyes, tupiditas, calenticas, de cuadros, como las de los enfermos en los hospitales. Tampoco llevaba calcetines. Cerró los ojos y pensó:
—Si
la sociedad fuese como debe de ser, nadie daría importancia a lo que no la tiene;
yo soy Benito Suárez, con zapatos y con zapatillas...
No tardó en darse cuenta de que esas filosofías apenas
le estaban valiendo para soportar mejor el ridículo; entonces reaccionó
trazando un plan más realista: iría a la entrevista, pero tendría que disimular.
Saltó como un gato del autobús y empezó a correr; volvió la vista atrás para
ver si aún le miraban y vio como las dos mozas le decían adiós desde la
ventanilla trasera.
—Nº 324, Nº 326, aquí es.
Cogió aire y entró. El hall era amplio, había cámaras…
—Eso no es problema —pensó—, las cámaras no se fijan en el calzado de la gente.
Con fingido rostro serio y un paso firme sospechosamente exento de taconeo, se dirigió a la recepción. Seguro, aplomado, ajustándose la corbata para disimular, metió los pies debajo del mostrador —esto le dio una relativa seguridad momentánea— entonces dijo a la recepcionista:
—Buenos días; soy Benito Suárez, tengo una cita a las diez.
La chica le respondió mirando el reloj (eran las diez en punto):
—Suba usted señor Suárez al décimo piso, despacho B, le están esperando. Allí enfrente tiene el ascensor.
Benito comprobó que el ascensor estaba en el otro extremo del hall: calculó la distancia…
—Veinte pasos… es demasiado… tendría que darle la espalda a esta...
En un rápido vistazo buscó las escaleras y vio que estaban allí mismo, junto al mostrador: ella, aunque se aupase, nunca le vería los pies.
—Prefiero las escaleras —dijo—, soy deportista ¿sabe?
Subió los diez pisos escalón a escalón, chancleteando. Se cruzó con cinco o seis personas a las que saludó con efusiva amabilidad, abriendo mucho los ojos para que, hipnotizadas, no pudiesen bajar la vista.
Llamó a la puerta, entró como un fuego, como Speedy González, como el Correcaminos, MIC-MIC:
—Buenos días, con permiso, Benito Suárez, comercial.
Ocupó la silla arrimándola bien a la mesa para ocultar los pies y dio un fuerte apretón de manos al directivo, quien empezó a hablar:
—Buenos días señor Suárez, hemos visto su currículum, bla, bla... Como usted bien sabe esta es una multinacional, bla, bla...
Aunque ponía cara de hacerlo, los diez pisos habían hecho mella: Benito no escuchaba nada más que el latido de sus propias sienes…
—Bien, Benito, dígame, ¿a qué aspira usted?
—A dar con la cabeza en un pesebre —pensó Benito, pero respondió de modo más adaptativo:
—Si me pregunta usted sobre mis metas le diré con toda seguridad que mi aspiración no es otra que cumplir con los objetivos marcados por el departamento de ventas.
Benito entendió en el inusitado brillo de los ojos de aquel señor de bigote, que la respuesta había gustado.
—Bien señor Suárez, veo en su currículum que ha trabajado para muchas empresas, ¿no será usted culo de mal asiento?
Con gusto habría mandado al carajo a aquel prepotente que ahora se respaldaba en su sillón, en actitud de regocijo, entrecruzando los dedos en espera de una cagada por respuesta; pero decidió utilizar la diplomacia:
—Usted sabe, como yo, que los vientos del mercado son cambiantes y los vendedores aguardamos, al pairo, para ver por dónde soplan.
—Bien, señor Suárez, dígame ahora sus puntos fuertes.
Benito pensó que le gustaba la jarana, la piltra y el fútbol, pero decidió responder con la vieja treta del acrónimo COSTRA que siempre le había deparado éxito en las entrevistas:
—Soy persona Comunicativa, Organizada, Seria, Trabajadora, Resolutiva y Amigable.
El bigotes anotó estas cualidades y después preguntó:
—¿Sabe inglés?
—Nivel medio, respondió Benito…
—¿Podría usted llevar una conversación conmigo en inglés?
—Podría, respondió Benito —y no mentía, podría llevarla si supiera inglés. Se hizo un silencio de esos que llaman sordos. Entonces el bigotes arrancó:
—Well, if you are a salesman, tell me when your vocation began.
Benito, que era todo voluntad, respondió a lo que le parecía una pregunta, con casi todo lo que sabía: un «YES IT IS» tan firme, seguro y escueto, que le provocó un espasmo en la pierna e hizo escapar a considerable distancia la zapatilla del pie derecho; ¿cómo haría para recogerla?, ya pensaría algo; ahora tenía que seguir hablando:
—Inglés, ¿para qué? Aquí no hablamos inglés…
—Mire —dijo sacando el móvil del bolsillo—, ahora es posible hablarle al móvil en español, darle a una tecla y al momento repetirá lo mismo, pero en inglés. Dirán los puristas que es método burdo, pero para los que confunden «I AM» con la una de la mañana, es perfecto. En fin, que la tecnología a veces vale para algo; claro que esto es mala noticia para las academias... permítame a este respecto que le cuente un chiste: va uno a una academia y pregunta ¿es aquí donde dan las clases de inglés tan baratas?; le respondieron en perfecto inglés: If, if, between, between.
El entrevistador no esbozó ni la más mínima sonrisa. Entonces Benito, para recuperar su zapatilla, tiró el móvil debajo de la mesa, como al descuido, y se agachó para cogerlo. Ahí estaba su zapatilla, junto a un lustroso zapato del directivo. Se calzó la zapatilla, recuperó el móvil, se dio un coscorrón con la mesa, dijo «disculpe» y siguió hablando, tenía que seguir hablando…
—Siéndole totalmente sincero, le diré con toda franqueza que mi nivel de francés es mejor. Fíjese, el idioma francés es parecido al castellano: los franceses llaman al agua «Ó», y al vino «VIN», y al pan «PEN»; pero tampoco es tan sencillo como parece, pues al queso, que bien se sabe que es queso y que huele a queso y bien se ve que es queso, le llaman «FORMAGE» o algo así…
El entrevistador cortó a Benito:
—Mire, señor Suárez, usted no tiene ni puta idea de inglés ni de francés, pero acaba de demostrarme uno de sus puntos fuertes: es usted una persona bastante comunicativa. Dígame algo ahora para convencerme de que también es, como dijo, resolutivo, y puede que el trabajo sea suyo...
Benito Suárez se quitó las zapatillas, las puso encima de la mesa y dijo:
—Pues mire usted: vine en zapatillas y nadie se dio cuenta.
NOTA: Basado en el artículo «Entrevista a las 10», publicado por el autor en 2014 (Diario digital NUEVA TRIBUNA)
domingo, 16 de junio de 2024
Método DEMOSTRATIVO (2)
Esta
historia me la contó Javier Cortegoso; me la contó en el CFO de Labañou de A
Coruña; me la contó un día de 2017, precisamente el mismo día que lo
dejé encerrado en el centro de formación. Dando por hecho que ya no quedaba
nadie en el centro, aquel día bajé las escaleras, bajé los machetes de la luz,
bajé la verja y cerré el portón con llave… Cortegoso aún estaba en el baño.
Es
la historia de Pascual, un vendedor de cristal, cristal templado, un tipo de vidrio
de seguridad que, al romperse, fractura en pequeñas partículas inocentes para
el cuerpo humano.
Don
Martín, gerente del equipo de ventas, en ocasión de hallarse revisando el
rendimiento de su equipo, observó que Pascual, nuestro vendedor, figuraba de
primero en el ranking de ventas: vendía el doble de cristales que sus
compañeros; por eso decidió llamarlo al despacho, quería felicitarlo:
―Buenos
días, Pascual, ¿cómo está usted?
―¿Yo?
―respondió desconfiado Pascual, esperando algún reproche―, yo estoy
bien, don Martín; ¿y usted?
―Siéntese,
Pascual ―dijo el jefe―. Mire, estuve revisando las ventas del equipo y resulta
que usted vende el doble que cualquiera de sus compañeros. Le felicito por
ello, pero, dígame: ¿cómo carajo hace usted para vender el doble de cristales
que cualquiera de sus compañeros?
―Muy
sencillo jefe, ―respondió Pascual― hago
demostraciones: cojo en el almacén un cristal templado de 20 x 30, junto a
varios clientes y después procedo, con un martillo, a romperlo delante de ellos:
de este modo todos los asistentes pueden comprobar las cualidades técnicas del
cristal. Entonces anoto los pedidos y finalmente los invito a un vino español.
―¡Qué
locura de gastos!, ―espetó don Martín―
desbaratar un cristal en cada demostración, y luego convidar a una ronda… Se ha
cargado usted el procedimiento de ventas. Usted va por libre…
―No
se preocupe, don Martín, ―templó el vendedor― los beneficios saltan a la vista:
por favor, no considere usted esos cristales como pérdidas, sino como modestas
inversiones pedagógicas, y entienda los convites como actos de fidelización para
consolidar la ya notoria fama de esta gran empresa…
―Es
usted un demonio, ya lo decía mi padre. En fin, siga así; su rendimiento
comercial es innegable. Mire, Pascual ―prosiguió el jefe―: ¿podría yo asistir a
una demostración de las suyas? (…)
De
este modo, don Martín agendó asistencia a una de las demostraciones de su
empleado, y una vez se halló presente en ella, tomó buena nota de todo lo que
hacía Pascual: Bienvenida, 15 segundos. Presentación del producto, 28 segundos.
Rotura de la muestra de vidrio (cuatro martillazos), 2 segundos. Fuerte ovación
de los clientes, 3 segundos. Recogida de pedidos: media hora. Barrer partículas
de cristal, 1 minuto. Vino español, una hora. Esa misma noche, don Martín pasó
a limpio estos pasos y al día siguiente ―a espaldas de Pascual― reunió al resto
de vendedores para explicarles el nuevo sistema de ventas: un procedimiento
basado en aquella demostración del demonio, un procedimiento que debían seguir
al pie de la letra…
Y
sucedió lo esperado: en sólo un mes, las ventas de todo el equipo se elevaron
al doble; ahora Pascual parecía ser uno más… Pero a primeros de noviembre,
Pascual ya estaba vendiendo el doble que sus compañeros: el doble del doble,
para entendernos… Don Martín tendría que llamarlo de nuevo al despacho, ¿qué
habría inventado ahora…? Pascual volvía a estar de nuevo frente a su jefe:
―Entonces,
Pascual, dígame qué demonios está haciendo ahora. Mire, sus compañeros, haciendo
lo mismo que hizo usted en aquella demostración, pasaron a vender el doble, pero
usted, en poco tiempo, vuelve a doblar sus ventas… ¿podría yo asistir de nuevo a
una demostración de las suyas?
―Ahórrese
el viaje; ―respondió Pascual― ahora hago lo mismo que hacía antes, lo que usted
vio en aquella presentación; sólo incluyo una pequeña variación técnica: agarro
el martillo, pero, justo antes de asestar el primer golpe al vidrio, hago una
pausa teatral y pregunto a los clientes ¿quieren probar a romperlo ustedes? Y
vaya si prueban, don Martín: se lo pasan de rechupete golpeando hasta hacer
fosfatina la muestra; esa gente debe padecer algo de estrés ¿sabe?
Mi
amigo Javier Cortegoso está convencido de que las competencias docentes son
fiel reflejo de las comerciales, y viceversa. Puede que seamos comerciales y no
lo sepamos, puede que sean profesores y no lo sepan… El método demostrativo parece
común a ambos oficios; en el nuestro resulta incompleto si sólo es el profesor
quien hace una tarea y sólo es verdaderamente útil cuando todo el alumnado la
realiza.
Aquel día de 2017, Javier Cortegoso me contó esta historia y yo, en premio, lo dejé encerrado en el centro de formación. Javier se cansó de llamarme mientras yo conducía camino a Ferrol escuchando a las Puppini Sisters. Finalmente fue otro profesor, amigo de los dos, Mario López Guerrero, quien con sus llaves liberó a Javier mientras yo dormía la siesta. Gracias por contarme esta historia, Javier, y gracias, muchas gracias por no reprocharme nunca el haberte dejado allí encerrado. Ahora, esté donde esté, siempre reviso todos los baños y siempre grito como un bobo antes de chapar cualquier puerta: ¿hay alguien? ¿queda alguien?
domingo, 9 de junio de 2024
La edad NO IMPROTA
jueves, 6 de junio de 2024
Reproducción a la carta
Bernardo y Matilde llevan meses
dándole vueltas al asunto de tener descendencia. Mientras Matilde abandera el
sí: es una pena dejar este mundo sin tener críos; Bernardo —desconocedor de que la historia acabará en alumbramiento, pues el mundo de lo transcendente siempre fue matíldeo— sigue atrincherado en el no, no merece la pena
traerlos a este valle de lágrimas... En ocasión de hallarse ambos paseando por la calle, será la intuición
femenina, siempre atenta a encontrar lo que busca, quien primero mire, luego
vea y después observe como bajo el llamativo letrero que publicita en letras de
molde: «REPRODUCCIÓN A LA CARTA», un operario de buzo rojo atornilla una placa que
dice: «Doctora An-Selma».
Alea jacta
est: ya están ambos sentados
frente a la genetista. Bernardo, creyendo tomar la iniciativa —aunque es el
silencio táctico de Matilde quien realmente ha roto el hielo—, se arranca:
—Buenos días, doctora Selma, verá, mi esposa y yo, en un futuro muy lejano, barajamos la
posibilidad de tener un hijo, y como hemos visto en el portal ese anuncio de
reproducción a la carta, pues henos aquí a su merced.
—Enhorabuena por la decisión —dice
la doctora An Selma mirando a los ojos de Matilde—; están ustedes en el sitio
apropiado. En este momento saben el qué: quieren un hijo; pero aún les hace
falta conocer el cómo: cómo quieren que sea la criatura. Miren ustedes, hoy en
día podemos predeterminar muchas cualidades del futuro ser, y es precisamente
por ello que deben responder a una serie de preguntas técnicas; la primera es
sencilla: ¿quieren tener un niño o una niña? Aunque la decisión es enteramente
de ustedes —prosigue la doctora—, por deber médico deontológico debo
informarles de algunos detalles, que al ser de categoría social, de género, poco tienen que ver con los
cromosomas; esto es: si es niña,
aunque por impronta social obtendrá mejores calificaciones académicas, es bien
cierto también que lo tendrá más difícil en el mercado laboral; si es niño,
obviamente será menos responsable, bla, bla, bla…, pero dispondrá de más ínfulas
y aspiraciones de poder…
Matilde, mirando primero a
Bernardo y luego a la doctora Selma, afirma segura:
—¿Qué más da? En esto no
queremos intervenir, que decida la naturaleza. Si hay que transformar la sociedad, esto tanto lo puede hacer un niño como una niña, un hombre como una mujer…
—Vamos entonces con la segunda
pregunta —retoma la doctora—: ¿quieren que el futuro ser sea sumiso o que tenga
mala leche?
Bernardo, que está haciendo en su empresa un curso de inteligencia emocional subvencionado por FUNDAE, responde ufano:
—Mire doctora An, ¿por
qué irse a los extremos si en el medio está la virtud?, lo queremos asertivo.
Como usted debe saber, doctora, la asertividad es el punto intermedio entre la
sumisión y el enfado, ese dulce sitio en el que uno dice lo que piensa, pero
sin dañar a los demás. Se podría decir, doctora, que el comportamiento asertivo
es definible con la imagen «mano de hierro en guante de seda». En el medio está
la virtud: ¡que sea asertivo!
La doctora An, esbozando una pícara sonrisa, responde:
—Verán, tenemos constancia de que hay diversos genes
disparadores e inhibidores de la mala leche, pero hemos descifrado ya hace
mucho todo el genoma humano, y ese gen, el gen de la asertividad, no existe; la
asertividad es un invento probablemente inglés, una entelequia diplomática, una
utopía. Ojalá pudiéramos programar la asertividad, pero, repito: ese gen no
existe. Por tanto, deben ustedes decidirse por uno de los dos extremos, sumisión o mala
leche, amoldamiento o genio, tragadura o exigencia, aquiescencia o negación —la
doctora empieza a gustarse—, vivir de rodillas o morir de pie, cobardía o
valentía, esclavitud o lucha, comulgar con ruedas de molino o afirmar
rotundamente que no, que no me da la gana, que no quiero, ¡cojones!… Les garantizo que esta
decisión —la doctora An Selma habla ahora emocionada—, pusilanimidad o
gallardía, mansedumbre o bravura; esta cuestión, les digo, es más importante
que la que ustedes acaban de dejar en manos de natura: ser hombre o ser mujer.
Blandura o genio, ésta en la cuestión. Guante de seda o mano de hierro, encajar
golpes o propinarlos, clavo o martillo, conservadurismo o cambio, palabras
dulces o groseros tacos, tragarse cualquier milonga o detectarla al instante,
efecto mariposa o resistencia activa, juicio ajeno o propio pensar, mirar a un lado o mirar de frente, parálisis o acción, santidad o pecado, poner la otra
mejilla o devolver la hostia, gaseosa o cubalibre, música clásica o rock and roll… Mire, Matilde, usted hablaba antes de cambiar el mundo: pues acompañe ahora a su marido a la sala de
espera y tómense para esta elección el tiempo que haga falta…
Bernardo que sabe de las consecuencias del
hablar y quiere evitar problemas a su futuro retoño, opta por programarlo de
carácter sumiso, callado. ¿Por qué no evitar al crío los pescozones que le darán
por abrir la boca? Pero ella, Matilde, es partidaria de que su hijo o hija exprese siempre lo que piensa, con valentía, mirando al coño del alma:
—Mira Bernardo, que lo diga
todo, y no se trague sapos.
—Mira Matilde, que en boca
cerrada no entran moscas.
—Mira Bernardo, que quien calla
otorga.
—Mira Matilde, que a veces
tendrá que decir que sí solo para tener la fiesta en paz.
—Mira Bernardo, que diciendo que
no, incluso por sistema, jamás se la darán con queso.
—Mira Matilde, que si calla
vivirá más años.
—Mira Bernardo, que callar es matar golondrinas.
—Mira Matilde, (…)
El combate dura alrededor de una hora y finalmente se impone, por puntos, el sentimiento sobre la razón. Cinco minutos después, la doctora An Selma anota en su libreta: determinación cromosómica del sexo: xx ó xy, indiferente; genotipo de la mala leche: afirmativo. Nueve meses y un día después, nace, por fin y de una puta vez, Mafalda.
NOTA: Basado en «Reproducción a la carta», artículo publicado por el autor en Nueva Tribuna (noviembre 2014)
domingo, 26 de mayo de 2024
viernes, 17 de mayo de 2024
jueves, 9 de mayo de 2024
miércoles, 8 de mayo de 2024
viernes, 3 de mayo de 2024
miércoles, 24 de abril de 2024
martes, 23 de abril de 2024
PRIMER capricho de Afrodita
Estudiantes:
seguid estudiando, porque corre en mentideros filosóficos que Tomás de Aquino, vuestro
santo patrón, hizo más por la teología que por la educación. Fan de un solo
Dios era el de Aquino y recatado maestro, pero nada que ver con la diosa
Afrodita: moderna, libertina, casual y tan caprichosa que, no queriendo gastar
tiempo en vanas infancias y espinillosas adolescencias, nació ya mujer
directamente de los huevos de su padre, Urano, que habían sido cortados y
arrojados al mar por su propio hijo Crono, quien por ello buen patrón sería de
capadores, si tal oficio todavía existiera… Mirad estudiantes si Afrodita es
caprichosa que del Olimpo, cerrado a cal y canto, es la única diosa que tiene pase pernocta
para salir de vez en cuando. Para milagros, los paganos: a mayor número de
dioses, más oportunidad de impacto; veréis:
El primer milagrejo
que la diosa Afrodita perpetró en materia de educación se remonta a cuando los
años no se contaban, aún reinaba en Chipre Pigmalión; buen gobernante era
éste, pero mejor escultor y en busca de la mujer perfecta andaba cuando una de inusitada belleza esculpió. El bueno de Pigmalión bajaba todas las
noches al taller para perfeccionar su obra y como de roces nacen cariños, pues de su
propia obra se enamoró; pero el amor tiene sus altos y sus bajos… Unas veces,
las menos, gemía enamorado:
―Eres la mujer perfecta, diríase que vida tienes ―y otras, las más, lloraba destrozado―: Lástima, Galatea, que de mármol frío estés hecha.
Pigmalión, perfeccionista empedernido, era hombre de poca fe pues nunca había presenciado la metamorfosis del gusano de seda: en aquel entonces había poco contacto con la remota China y menos aún con la ignota Zipango, allá donde los nipones, convencidos de que los objetos tienen alma, llevan sus enfermos cacharros rotos al Kintsugi Hospital para sanarlos llenando sus grietas con oro. Y así, día tras día, lloraba desconsoladamente Pigmalión frente a su obra; y tantas eran sus lágrimas y tan copiosas que el taller fueron inundando, tanto que a los finales Pigmalión tenía que visitar a su pétrea amada calzando botas de goma, calzado del cual no se conserva hoy vestigio alguno, circunstancia de la cual podemos colegir que aún no se conocía el caucho. Lo que sí damos por seguro es que el precioso pavimento de teselas de aquel sótano no poseía drenaje pues llegó a anegarse totalmente…
Como todo se
acaba sabiendo, el rumor de la inundación llegó al Olimpo. Dionisio, algo
bebido, se chivó a Afrodita; se lo contó bajo las sábanas cuando la aurora de
rosados dedos salía de su cuna de brumas, se lo contó para evitar la muerte con
un descanso entre placeres y se lo contó bajito para que el marido de la diosa, Hefesto, siguiese martilleando como si nada en la herrería… Y así
Afrodita tuvo el capricho de regresar a su Chipre natal para comprobar in situ
cómo es posible que un sótano, por pequeño que sea, pueda inundarse de saladas lágrimas pigmalionas.
Cuando la
diosa entró en el taller, el lugar ya estaba arruinado por las aguas. Por
encima de ellas caminó grácilmente ―cosa es de dioses― hasta llegarse a un
montículo donde, iluminada por dos antorchas lucía la pétrea Galatea a cuyos
pies dormía Pigmalión. Cuenta Ovidio que la diosa del poliamor se apiadó de
Pigmalión y por ello dio vida a la estatua, pero realmente no fue ese el móvil
del milagro; aquel hombre consumido y deshidratado no podía interesar en
absoluto a Afrodita y aún menos su humano dolor: Afrodita había puesto ojos en la blanca Galatea. Nada tienen de especial, ―cantaban
la ninfas mecanas― dos mujeres que se dan la mano…
Por tanto, estudiantes, no estudiéis tanto: las expectativas positivas puestas por los profesores en algo inanimado ―vosotros― tienden a cumplirse. No seréis pues lo que sois, sino lo que ellos crean que sois. Dejad que os echen margaritas, los olmos podéis dar peras. Al fin y al cabo estudiando no se aprende tanto: Estudiante que estudías e que tes libros dabondo, ¿por qué o cabalo no prado caga o cagallón cuadrado, tendo o furado redondo? Por tanto, a partir de ahora el efecto Pigmalión pasará a llamarse PRIMER capricho de Afrodita. Ella será y no el Tomás, vuestra patrona. Ah, ¿que no es santa?, pues más pecó la macarena y luego la hicieron santa, cuando vieron que era buena. ¿Tanta letra, tanto número cuando apenas habéis roto ayer a follar? Bien comido, bien bebido, ¿qué más queréis, cuerpo mío? Estudiar. Pues no todo se os ha de dar. Confiad en Afrodita porque ella hizo, que se sepa, dos milagros más… los veremos; entretanto: Aurrevuar, como diría Voltar.
martes, 16 de abril de 2024
martes, 9 de abril de 2024
domingo, 10 de marzo de 2024
Huevos clandestinos
A la abuela se le antojó parir aquella noche de invierno en la humilde casa labriega:
demasiada gente a la hora de la cena, nueve contando con el cura… El párroco
parecía no tener prisa, remoloneaba con algunas teologías, dogmas de fe y otros
misterios hoy en día aún sin resolver; por eso la matriarca finalmente ordenó
poner el mantel de cuadros y los platos de porcelana…
Aunque casa de buenos cristianos era, un huevo era lo único elegante que había en el menú, un huevo muy bonito, proteico, pero único, viudo, sólo. Una vez se hubieron acomodado todos en la mesa, la
matriarca, que ya había hecho sus cálculos ―el huevo para el páter y caldo
limpio para los demás― haciendo de elegante anfitriona, preguntó al cura desde
la cocina:
―¿Cómo quiere el huevo, padre? Y el cura, solemne, sintético, impávido, respondió con su cara de cura y sus blancas manitas de cura cruzadas sobre la negra sotana de cura que le cubría la tripa:
―Fritos hija, fritosss...
lunes, 4 de marzo de 2024
jueves, 29 de febrero de 2024
Ladrillo vs. piruleta
Don Ladrillo, el profe del GRUPO A, aborda el tema el mercado de valores y lo hace como siempre… Que si las actividades del mercado primari...

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Cuando el voraz congrio vio que la langosta se acercaba a su cueva, lo primero que pensó es jamársela —cuestión de oficio—, pero justo antes...
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Los licenciados moramos en el Olimpo: siempre dejamos un poco de lado, por su más que evidente origen obrero y manual, el método demos...
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Estudiantes: seguid estudiando, porque corre en mentideros filosóficos que Tomás de Aquino, vuestro santo patrón, hizo más por la teología...