El hombre que no podía llorar, un día, en ocasión de hallarse en el baño, lo entendió todo: no podía llorar para fuera porque llevaba años llorando para dentro; por eso meaba tanto, por eso su orinar era tan triste… Entonces se fue al Alcampo y gastó lo del carné de conducir del crío en una paletilla de jamón del bueno, del bueno de verdad. El sabor umami de la primera loncha en la boca hizo que rompiese a llorar, y llorando estuvo un buen rato hasta que sintió ganas de otra loncha; la segunda loncha le provocó un más fuerte y proceloso llanto… y así siguió ―loncha tras loncha―, llorando hasta el hueso.
―Qué
gusto da mear por los ojos ―pensó.
IMAGEN: Martín Núñez Lamas (Óleo sobre chapa) https://www.instagram.com/martin.0ne