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domingo, 23 de marzo de 2025

La langosta y el congrio

Cuando el voraz congrio vio que la langosta se acercaba a su cueva, lo primero que pensó es jamársela —cuestión de oficio—, pero justo antes de que se activase el vertiginoso resorte reflejo de su espina dorsal, el congrio observó que la langosta le ofrecía un pequeño pescadito. Entonces lo agarró y la langosta salió pitando… Al día siguiente la langosta volvió y le trajo un delicioso camarón.

—¡Qué simbiosis tan prefecta!, ¡qué chollo! —pensó el congrio al pillar el camarón. Fue así que empezaron a entenderse:

—Pídeme lo que quieras y yo te lo traeré gratis—dijo la langosta.

Tráeme hueva de erizo —respondió retador el congrio. Y hueva de erizo tuvo en un par de horas…

Con estas negociadas pasaron los días y los meses; el congrio cató gracias a la langosta todas las delicatessen de la mar océana: angulas de importación, caviar ruso, cojoncitos de mar, etc. En una ocasión la langosta incluso tuvo que organizar una rocambolesca logística para servir al congrio un pedido imposible, fuagrás de jabugo: se dejó pescar para acabar en la pecera de un hipermercado de la que escapó in extremis sobornando al vigilante nocturno… Gracias al altruismo de la langosta, el cruel congrio se había vuelto manso; ya no necesitaba salir de su gruta para alimentarse.

¡Puta mierda! —dio en pensar un día el congrio—, estoy tan gordo que no puedo salir de esta jodida cueva. —En estas claustrofóbicas tribulaciones andaba cuando observó a su proveedora acercándose al umbral de la gruta. Hoy venía de vacío:

—¿Qué pasa men —dijo el congrio a la langosta—, no me traes los noodles con sabor a almeja babosa de Ría de Ferrol que te pedí ayer?

—No, no necesitas comer más… —respondió la langosta.

—¡Ah, cómo me entiendes! ¿Podrías entonces ayudarme a salir de esta gruta tan estrecha?

—¡Pues claro, brother!, permíteme entrar en tu casa y yo te ayudaré a salir…

La langosta entró en la cueva y minuciosamente, poco a poco, de popa a proa, de atrás para adelante, se fue comiendo al congrio dejando de él una límpida raspa blanca que días después habría de transportar dos millas al este para cumplir con una caprichosa morena que estaba trajinando un fumet. Y así el espíritu del congrio pudo abandonar la gruta y ascendió al cielo de los justos pensando «lo que parecía simbiosis no era otra cosa que predación diferida».

NOTA: Uno de los dos personajes —la langosta o el congrio— lleva por nombre Ámazon, al otro ponle nombre tú.

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